Molinos en el camino # 2

Los Quijotes descubren aventurándose, en otro envite de su salpicado cotidiano, una escuelita rural de Angáco a 40 kilómetros de San juan, escondida sobre la falda pre- cordillerana, atravesando un caminito soleado que desemboca luego de una viña rutera.

El silencio inhóspito al llegar a la escuela magnifica una vez mas ése viento zonda que densa el espacio.

De repente, detrás de un cortinaje, al sentir los pasos rechinantes de lata que se avecinan, un lugareño  y un raro escuadrón de caballeros de casi un metro de altura desparramados en mesas  alargadas, cual caballeros de la corte arturiana, aguardan con gestos impacientes e insatisfechos una emboscada inesperada a los Quijotes, que arriban en mansa distracción por los senderos del aposento engañados por una gringa que oficia de guía baqueana pero que en realidad forma parte de la farsa.

“Aguardaos  aquí, hidalgos” habla la pelirroja con voz dulce.

En el preciso momento, que nuestros caballeros depositan sus armas en el piso, el batacazo sucede:

Una voz de talante dulce y aflautado provoca un desconcierto insondable en los impávidos quijotes que les provoca el espasmo muscular y la suspensión total de su actividad cerebral. El lugareño atropella cantando, guitarra en mano, una serenata sentida a los ojos embriagados en incertidumbre de los bienaventurados, mientras la gringa corre el velo, para dejar entrever a los caballeritos de nariz roja que proponen una estrategia sumamente ofensiva: un compendio de gritos ensordecedores, carcajeos imprudentes y muecas asimétricas. Una invasión, pero de alegría, en el recinto ocasionada por la bienvenida de los Quijotes, que habían hecho rogar su presencia hacía mas de un mes. Aquí la causa de la euforia que emanaban “Los caballeritos de nariz roja” capitaneados por una aguerrida comadre, que todas las mañanas da de engullir a su ejercito todo tipo de manjares a base de pizcas de amor y tesón. Pues entonces, el banquete fue servido,  y un plato de locro fue a parar al estomago y al recuerdo de cada uno de los presentes ese mediodía.  

Rendidos ante tal sublime confusión, y sin esperarlo, San Juan se había convertido en  Venezuela o Latinoamérica, o en el molino mas peligroso que los Quijotes pudieran derrotar.  Era el episodio final de ése algo que habían ido a buscar durante el camino pero que ya se habían encontrado a un mes, recién, del itinerario propuesto.   

¿Que disfraz tomara la próxima ocurrencia del destino en éste indescifrable periplo? ¿Qué sensación más extraordinaria podrá brotar de la tierra todavía desconocida en el resto de nuestra marcha?  Se preguntan los Quijotes anclando su dedo índice en un punto exacto del pergamino  que los llevara hacia un nuevo sortilegio.