En las tierras próximas donde se forjaron las antiguas
historias de los MOCHE, una civilización
que se pronuncio en el tiempo durante los años 100 y 800 D.C. los quijotes
hacen pie en la Ciudad Nueva de de Trujillo. Otros aires, vientos de cambio,
mar pacífico. El rumor puesto a las orbes por el Mismisisímo La Hoz, un juglar
de la Comarca de Barranco emplazada en
Lima, dataría que unos comediantes itinerantes harían de anfitriones, en pos de
crear alianzas para que continúe galopando el desvarío de caballeros andantes.
El vaticinio se concretó al dar con La Mediadora Jaddy, de voz parsimoniosa y
compás durmiente que hace ocultar su infalibilidad a la hora de negociar suertes
y estrellas con terratenientes, mercaderes, y señores potentosos. Prontamente les brinda su morada – la que
antes había servido de posada para cientos de trashumantes que buscan en la
locura del arte, una lógica que los mantenga airosos-. Los quijotes se muestran maravillados y asimilan
durante un período largo un entrenamiento
exquisito, una forma de combate singular, debido al talante astuto que La Mediadora utiliza para derribar a los molinos de viento
que se le presentan. Tal fue el oprobio
para un puñado de pobres molinillos que se enfrentaron a los quijotes
reiteradas veces en la acrópolis central de la Nueva Ciudad y que en un
pestañeo Jaddy dio asunto cerrado, con estrategia magnánima para entregarles el
anfiteatro y así, poder encandilar a la candente y tropical audiencia
trujillense, desenvainando todo su poderío. Cierto es, que éstos comediantes - frescos tanto en la sesera como en el izquierdo-
acompañaban la osadía diaria de los hidalgos aguardando altercas contra
cualquier aspa de temerosos trapiches que se entrometiera en sus fauces: El
Chato, con su voladura quijotesca y símil de Sancho, Estrella, un guerrero afable
como pocos si los hay, el Caballero Quasi bufón de nariz roja David, y sus leales servidores los
gemelos Sir Jairc y Luis XV, la Musa
Angelina de las Cuerdas y toda la troup de excelentísimos saltimbanquis Olmos ,
fueron tan sólo algunos de los mentores que dejaron huella y han sido fuente de inspiración para el
camino quijotesco.
No hubo que derramar ni siquiera sangre y cólera, ni
soberbia para derrotar a los alarmantes molinos trujillenses. La ofrenda a los
quijotes en sus alforjas para el camino no es mas ni menos que la palabra,
condimentada con el candor y la nobleza de los actos humanos. El acto persuasivo del habla, con bases
enfundadas en la claridad del alma, es tan potable que cualquier artefacto que
conduzca a una querella, quedaría inerte. El molino aplastado por éstos
bienaventurados lleva el nombre de la
Honestidad, puesto que acción y palabra marchan en yunta como Don quijote y
Sancho Panza.
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